A finales del siglo XVII, en una pequeña localidad de Nueva Inglaterra, el venerable coronel Pyncheon decide construirse una ostentosa mansión en el lugar donde antes se había levantado la cabaña de Mathew Maule, un hombre turbio que había sido condenado por brujería en un juicio presidido por el coronel. De camino al cadalso, Maule había proferido una maldición contra el coronel: «Dios le dará sangre para beber». El día de la inauguración de la casa, el coronel muere repentinamente. Y sus descendientes heredan la casa y el infortunio.
Recuerdo que lo que me terminó de convencer para comprar este libro fue el ambiente tan tenebroso que prometía tener. Aquello fue hace unos años y, desde entonces, el libro había estado en la estantería esperando a que le llegara su turno. Decidí que el momento para leerlo había llegado y me lo llevé como lectura de viaje a principios de septiembre... error. Cuando llevaba cincuenta páginas me di cuenta de que no era un libro para mí, que me iba a sacar de mis casillas, y lo peor de todo es que no tenía ningún otro libro con el que poder sustituirlo, estaba condenada a continuar con él. No voy a mentir, cuando llegué a España intenté que nuestra relación funcionase, pero me terminé hartando cuando me quedaban unas 100 páginas para el final.
Lo primero que me aburrío de La casa de los siete tejados fue su lentitud. No era una lentitud de estas que te hacen disfrutar de los párrafos, sino que se trataba de un ritmo excesivamente lento, más allá de la necesidad. La minuciosidad al describir absolutamente todo en perfecto detalle me desesperaba y las conversaciones insulsas entre los personajes, manidas a más no poder, me hacían querer tirar el libro por la ventana. Comprendo que las costumbres de la época eran así, pero es que el relato no parecía ir a ninguna parte. Todo era narrar hechos sin propósito alguno y deteniéndose en cada pequeño aspecto de la trama. Me di cuenta que no era cuestión de contextualizar para conectar mejor con el ambiente, sino que todo era una perorata insufrible, estuviera situado en una época u otra.
Por si esto no fuera poco, los personajes me resultaron de lo más insulsos. Una señora mayor que se lamenta porque ha envejecido mal y su hermano ni la quiere mirar, el hermano que ha pasado no sé cuántos años en prisión y está medio loco, la prima del pueblo que es pura inocencia, el huesped misterioso y el primo malvado que disfruta de un alto estatus social... Me suenta todo a una partida de Cluedo. Lo peor de todo era la forma en la que interactuaban unos con otros, apenas se creaba misterio alguno y todas las conversaciones me parecían iguales. Creo que no recordaré a los personajes dentro de unos meses.
He dicho que no llegué a terminar la novela. Cuando me quedaban 100 páginas para llegar al final, me di cuenta de que en toda la semana me había ido arrastrando agónicamente entre las páginas por pura cabezonería, porque no me gusta dejar los libros sin acabar. Decidí buscar en internet un resumen de la trama para animarme a leer pero aquello fue peor: lo que me esperaba no era mucho más interesante. Además, a Hawthorne se le ocurrió guardar absolutamente toda la acción para los últimos capítulos, algo que me da mucha rabia. Cerré el libro y nunca miré atrás.
En definitiva, no me ha gustado en absoluto la novela. No le he visto nada de especial y me ha resultado soporífera. No sé si es cosa de La casa de los siete tejados solo o que el autor suele ser así de aburrido. De todos modos, creo que en el futuro le daré otra oportunidad con La letra escarlata, su gran obra, a ver si así hacemos las paces.